Misterio y Dogma

Escuela de Fe Módulo III – Coordinando Razón y Fe para un Ministerio
Eficiente
Misión Católica del Divino Nazareno
Mons. Rodrigo Romano

TEOLOGIA – DOGMA Y MISTERIO DE DIOS

Este tema, con raíces en el siglo XIX, produce en el siglo XXI
enriquecimiento y tensión. Se enriquecen las nociones de teología, de “dogma y
de misterio”.
Evidentemente, la teología se dedica a las dos cosas, porque no puede
prescindir de ninguna de ellas: los misterios son la realidad de Dios tal como se
nos presenta; los dogmas, lo que sobre esa realidad misteriosa conoce y expresa
la tradición cristiana. Pero los matices de esta reflexión son muy interesantes y
ayudan a profundizar.
Para este servidor que os comparte mi planteamiento y conocimiento
reivindican que el núcleo del cristianismo es un gran misterio y que por eso la
teología es “la ciencia de los misterios de Dios”
En el ano de 1854 se compuso el Enchiridion Symbolorum et Definitionum
(Compendio de los símbolos −credos− y definiciones), conocido hasta el día de
hoy como “el Denzinger”. Era una feliz concreción, sistematización y
popularización del dogma, porque también recogía fuentes poco accesibles.
Pronto se convirtió en un recurso primario y, con las mejoras, insustituible del
trabajo teológico.
En un sonoro latín advertía: “Medita, hombre de Dios, en […] estas cosas,
guarda la forma de las sagradas palabras. No deformes los antiguos términos que
poseyeron nuestros Padres. Evita las novedades terminológicas profanas y las
críticas de la falsa ciencia. Custodia el depósito y guarda la fe para que recibas
la corona de la justicia”.

I. Problemáticas del Denzinger: la estabilidad de las fórmulas
dogmáticas
De alguna manera el Denzinger simbolizaba la voz del Magisterio
eclesiástico en la teología. De esa forma entró en los debates de los años
cincuenta y sesenta del siglo XX, sobre la manera de hacer la teología.

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Dejando de lado las polémicas más centrífugas sobre el valor del Magisterio
eclesiástico, y el tema, interesantísimo, de la evolución del dogma, se plantearon
dos cuestiones, que afectan a los textos. La primera procedía de la lingüística y
era la dificultad de conseguir fórmulas inmutables, si se tiene presente el
carácter histórico y variable del lenguaje.
Evidentemente, el lenguaje es una realidad histórica que evoluciona
con el tiempo. En abstracto parece una objeción incontestable y definitiva. En la
práctica, sin embargo, no es así. El lenguaje varía e introduce dificultades y
necesidades de interpretación. Pero basta recordar la capacidad que tenemos
hoy para entender textos primitivos, como el código de Hammurabi, para
entender que la dificultad no es insalvable. El código de Hammurabi pertenece a
una cultura muy distinta de la nuestra, pero mantenemos con los que lo
escribieron una continuidad humana: son como nosotros. En el caso del dogma
cristiano la continuidad es mucho más fuerte, porque el dogma se mantiene
en el seno de una sociedad viva, que conserva vivo, también con la ayuda
divina, el sentido de lo que cree. Una persona de cultura china o india, ajena al
cristianismo, puede no entender algunas expresiones del Padrenuestro, como el
“Cielo”, el “Reino” o la “tentación”; y podría confundirse con la antigua
expresión “perdona nuestras deudas”. En cambio, los cristianos de habla
castellana han repetido este hebraísmo durante siglos, sabiendo perfectamente
que no se refiere a la economía sino a los pecados.
II. Del Denzinger al Ott, y otros movimientos pendulares
La segunda objeción afecta más directamente al Denzinger. Si nos
acercamos al conocido Manual de Teología dogmática (1957) del teólogo
medievalista alemán Ludwig Ott, nos daremos cuenta de cuántas cosas han
cambiado en el estilo y forma de concebir la teología.
Ludwig Ott (1906-1985) fue discípulo de Martin Grabmann y profesor de
Eichstätt. Su manual tuvo un gran éxito por evidentes valores didácticos de orden,
síntesis, claridad y seguridad en lo que decía.
Es un ejemplo del efecto pendular que se produce en la vida del
espíritu, cuando una exageración produce casi inevitablemente el
desplazamiento hacia el pico contrario. Pero el mismo Ott era el pico más alto
de un efecto pendular porque, partiendo del notable caos en la enseñanza
eclesiástica del XIX, se consiguió organizar su pensamiento y mantenerse en las
enseñanzas del Magisterio.
Ya hemos hablado en estas páginas de las insuficiencias de la teología
manualística. Entre ellas del pobre tratamiento de las fuentes de la teología, de
la escasa presencia de la Escritura, de la fragmentación de la patrística y del
uso casi exclusivo del Magisterio. Y éste se tomaba, generalmente, del
Denzinger.

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La solución venía dada en su mismo planteamiento: había que tratar mucho
mejor las fuentes. Esto ha provocado que los alumnos y maestros traten lo
máximo de expandir su conocimiento de acuerdo al conocimiento y desarrollo para
las capacidades del aprendizaje. Lo que está provocando un nuevo movimiento
pendular hacia una nueva búsqueda teológica, quizá también necesaria a la
experiencia del misterio.
III. Una Teología de Proposiciones
El libro de Ott nos resulta extraño por otro aspecto que afecta más a fondo
al método teológico. Está lleno de definiciones y procura establecer en todos los
tratados afirmaciones bien probadas (tesis), recurriendo (pobremente) a las
distintas fuentes de la teología o “lugares teológicos”. Además, califica el grado
de certeza que tiene cada afirmación con notas y censuras teológicas. A esto se le
llamó “teología de las conclusiones”.
Detrás está la convicción escolástica y aristotélica de que la verdad se
da en las proposiciones. Es una cuestión básica de la lógica clásica, que afecta
a todas las áreas del conocimiento y también a la teología. Un conocimiento
verdadero (una ciencia o un saber) se compone, al final, de un conjunto de
afirmaciones bien probadas. Y solo posee ese saber quién las conoce, y es
capaz de relacionarlas y probarlas, siendo consciente del grado en que las ha
probado.
Lo raro y antipático de la terminología de notas y censuras teológicas, tan
lejana a una amable narrativa, provocó su desaparición de la teología. Pero ha
jugado un papel importante en la definición de muchos conceptos teológicos,
desde las famosas “sentencias” de Pedro Lombardo – que identifico la caridad con
la Acción el Espirito Santo. No es posible prescindir de la precisión y prueba de las
afirmaciones teológicas. La misma noción de “dogma” significa una proposición
segura que mantiene la fe cristiana
IV. Las Sugerencias del libro de Scheeben
La conciencia de las limitaciones de nuestro lenguaje (y la fealdad de
los excesos lógicos) hizo recordar, como efecto pendular, la propuesta de
Scheeben: la teología es ciencia de los misterios de Dios. Así se pasó de una
“teología de las proposiciones” a una “teología de los misterios”. No hay
oposición, pero la mirada se centra primero en los misterios de Dios y después en
lo que podemos decir de ellos. Resulta más coherente y así la teología se
vuelve, o más respetuosa y contemplativa, también más bella, si consigue
reflejar el misterio y no se reduce a verborrea.

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Es notable que el libro de Scheeben, Los misterios del cristianismo, a pesar
de ser casi cien años más viejo y mucho más largo, resulta más actual que el de
Ott. Tiene un notable tratamiento de las fuentes, un poderoso esquema y un fondo
que le convierten en una de las grandes obras de la teología.
Scheeben entiende “misterio” en un sentido principalmente
gnoseológico: lo que está oculto porque es profundo. Hay un sentido trivial de
lo misterioso, como oculto o desconocido (como en las novelas de “misterio”). En
el cristianismo hay misterios porque estamos delante del Dios trascendente,
con toda la distancia entre lo natural y lo sobrenatural y de la creatura ante el
Creador. Lo conocemos porque se revela, y eso quiere decir que se comunica
realmente con nosotros (consideración importante para confirmar el valor de
nuestro lenguaje religioso). Se desvela, pero al mismo tiempo nos
trasciende.

V. Enriquecimiento de la Noción de Misterio
Ese sentido del misterio resultó enriquecido en varias etapas, con
contribuciones diversas. En primer lugar, por la fenomenología de la religión que,
al estudiar las expresiones religiosas, identificó la sensación de lo “tremendo” o
“numinoso”: la poderosa presencia de lo divino que el hombre religioso
presiente, por ejemplo, ante las manifestaciones más espectaculares de la
naturaleza. Aquí “Misterio” no expresa solo la dificultad de comprender o abarcar,
sino también el fuerte sentimiento de presencia de un poder oculto que nos afecta
íntimamente. También los misterios cristianos hacen presente a Dios, pero ¿cómo
operan? El carácter simbólico del lenguaje religioso comprendió mejor el
funcionamiento del mito, que a través de acciones simbólicas hace presentes y
operativas las grandes fuerzas y ciclos de la realidad. Desde el punto de vista
cristiano, hay algo de esto en la relación entre el Creador y lo creado, entre la
eternidad de Dios y el tiempo del universo.
Por su parte, los estudios patrísticos pusieron de manifiesto la antigua
correspondencia entre misterio y sacramento, y el carácter profundamente
simbólico y operativo de las acciones sacramentales. Odo Casel, en primer lugar;
Louis Bouyer, más tarde, y, en contexto muy distinto, C.S. Lewis (hablando del
“mito verdadero”), subrayaron las conexiones que todo esto tiene con la revelación
cristiana, hecha “con hechos y palabras”.

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Y con la salvación cristiana, realizada en el Misterio Pascual. La
muerte y resurrección de Cristo siendo un hecho real en la historia, es, al
mismo tiempo, símbolo eficaz y permanente del paso de la muerte a la vida:
todas las personas y las cosas están llamadas a pasar por su muerte para
resucitar en Él. Toda la economía sacramental cristiana consiste en eso.
Este término “MISTERIO” significa en general lo que es imposible de
conocer, o el conocimiento valioso que es guardado en secreto. En la
antigüedad pagana la palabra misterio se usaba para designar ciertas doctrinas
esotéricas, tales como el pitagorismo, o ciertas ceremonias que se realizaban en
privado o cuyo significado era conocido sólo para los iniciados, por ejemplo, los
ritos eleusianos, el culto fálico. En el lenguaje de los primeros cristianos los
misterios eran aquellas enseñanzas religiosas que eran cuidadosamente
resguardadas del conocimiento de los profanos (vea disciplina del secreto).
VI. Noción de misterio en la Escritura y en la teología
Las versiones del Antiguo Testamento usan la palabra mysterion como un
equivalente para el hebreo sôd, “secreto” (Prov. 20,19; Jdt. 2,2; Eclo. 22,22; 2 Mc.
13,21). En el Nuevo Testamento la palabra misterio se aplica por lo general a la
sublime revelación del Evangelio (Mt. 13,11; Col. 2,2; 1 Tim. 3,9; 1 Cor. 15,51), y a
la Encarnación y vida del Salvador y su manifestación por la predicación de los
Apóstoles (Rom. 16,25; Ef. 3,4; 6,19; Col. 1,26; 4,3).
Conforme al uso de los escritores inspirados del Nuevo Testamento,
los teólogos le dan el nombre misterio a las verdades reveladas que
sobrepasan los poderes de la razón natural. Misterio, por lo tanto, en su
sentido teológico estricto, no es sinónimo de lo incomprensible, puesto que
todo lo que sabemos es incomprensible, es decir, no es adecuadamente
comprensible en cuanto a su ser interior; ni con lo incognoscible, puesto
que muchas cosas meramente naturales son accidentalmente
incognoscibles, debido a su inaccesibilidad, por ejemplo, cosas futuras,
remotas o escondidas. En su sentido estricto un misterio es una verdad
sobrenatural, una que por su misma naturaleza está por encima de la
inteligencia finita.
Los teólogos distinguen dos clases de misterios sobrenaturales: el
absoluto o teológico y el relativo. Un misterio absoluto es una verdad cuya
existencia o posibilidad no pudo ser descubierta por una criatura, y cuya esencia
(ser substancial interno) puede ser expresado por la mente finita sólo en términos
de analogía, por ejemplo, la Trinidad.

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Un misterio relativo es una verdad cuya naturaleza íntima por sí sola (por
ejemplo, muchos de los atributos divinos), o cuya existencia sola (por ejemplo, los
preceptos ceremoniales positivos de la Antigua Ley), excede el poder de
conocimiento natural de la criatura.
VII. Razón y misterio sobrenatural
 Errores
Los racionalistas y los semi-racionalistas niegan la existencia de los
misterios sobrenaturales. Los racionalistas objetan que los misterios degradan la
razón. Su argumento favorito se basa en el principio de que no existe medio entre
lo razonable y lo irrazonable, a partir de lo cual concluyen que el misterioso se
opone a la razón (Bayle, Pfleiderer).
Esta argumentación es falaz, ya que confunde lo incomprensible con lo
inconcebible, la superioridad de la razón con la contradicción. La mente de una
criatura no puede, en efecto, captar la naturaleza íntima de la verdad misteriosa,
pero puede expresar esa verdad por analogías; no puede entender
completamente la coherencia y la concordancia de todo lo que está contenido en
un misterio de fe, pero puede refutar exitosamente las objeciones que harían
que un misterio consistiera de elementos mutuamente repugnantes.
Los racionalistas objetan además que la revelación de los misterios sería
inútil, puesto que la naturaleza de la razón es aceptar sólo lo evidente (Toland), y
puesto que el conocimiento de lo incomprensible no puede tener influencia en la
vida moral de la humanidad (Kant).
Para responder a la primera objeción sólo tenemos que recordar que existe
una doble evidencia: la evidencia interna de una cosa en sí misma, y la
evidencia externa de la autoridad confiable. Los misterios de la revelación,
como los hechos de la historia, son apoyados por evidencia externa, y por lo tanto
son evidentemente creíbles. La vida religiosa de los cristianos tiene sus raíces en
su fe en lo sobrenatural, que es una anticipación de la visión beatífica (Santo
Tomás).
Relaciones de la verdad natural y sobrenatural
(a) Superioridad de lo sobrenatural
Los misterios contenidos en la revelación sobrenatural no son
simplemente verdades desconectadas que se extienden más allá del reino de

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las cosas naturales, sino un mundo superior, celestial, un cosmos místico
cuyas partes están unidas en una unión de vida. (Scheeben, «Dogmatik», I, 25.)

Incluso en las partes de este vasto sistema que se nos han revelado hay
una maravillosa armonía. En su gran obra «Die Mysterien des Christenthums»,
Scheeben ha tratado de mostrar la conexión lógica en el orden sobrenatural,
mediante la consideración de su misterio supremo, la comunicación interna de la
vida divina en la Trinidad, como el modelo e ideal de la comunicación externa a la
criatura de la vida divina de la gracia y la gloria. El conocimiento de lo sobrenatural
es más excelente que ninguna sabiduría humana, porque, aunque incompleto,
tiene un objeto más noble, y a través de su dependencia de la infalible palabra de
Dios posee un mayor grado de certeza. La oscuridad que rodea a los misterios de
la fe resulta de la debilidad del intelecto humano, que, como el ojo que mira
fijamente al sol, es cegado por la plenitud de la luz.
(b) Armonía de la verdad natural y sobrenatural
Puesto que toda verdad proviene de Dios, no puede haber una verdadera
guerra entre la razón y la revelación. Los misterios sobrenaturales como tales no
se pueden demostrar por la razón, pero el apologista cristiano siempre puede
demostrar que los argumentos en contra de su posibilidad no son concluyentes. La
naturaleza de Dios, que es infinito y eterno, debe ser incomprensible para una
inteligencia que no es capaz de un conocimiento perfecto. La impotencia de la
ciencia para resolver los misterios de la naturaleza, un hecho que los
racionalistas admiten, muestra cuan limitados son los recursos de la
inteligencia human.
Por otra parte, la razón es capaz no sólo de reconocer en qué consiste el
misterio especial de una verdad sobrenatural, sino también de disipar en cierta
medida la oscuridad por medio de analogías naturales y mostrar lo adecuado del
misterio por razones de congruencia. Los teólogos escolásticos hicieron esto con
gran éxito. Un ejemplo famoso es el argumento de Santo Tomás – Ex
Convenientia para las procesiones divinas en la Trinidad (Summa Theol., I, QQ.
XXVII-XXXI). (Vea fe, razón, revelación).
VIII. Conclusión
Volvemos a lo dicho al principio, tras un largo recorrido, pero enriquecidos. La
revelación cristiana nos pone ante los misterios de Dios, en parte desvelados,
también con palabras, para que podamos contemplarlos, vivirlos y transmitirlos. La
teología es principalmente ciencia de los misterios. Nos queda el reto, entre un
movimiento pendular y el siguiente, de construir esos manuales sintéticos y
legibles que introduzcan piadosamente en los misterios cristianos y los expresen

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con afirmaciones bien probadas, sabiendo, al mismo tiempo, que son pobres en
relación a los misterios de Dios, pero luminosas. Esa mezcla de luz y oscuridad es
propia del misterio cristiano, único verdadero misterio.

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